Aventura rusa: idea de viaje e itinerario

Aventura rusa: idea de viaje e itinerario

Aventura rusa: idea de viaje e itinerario

Escrito por Irene Corchado

Si sigues el blog o alguno de mis perfiles en las redes sociales sabrás que en breve viajaré a Rusia y, si me conoces en persona, imaginarás lo emocionada que estaré con la idea.

Los nervios previos se multiplican por mil cuando un viaje es algo más largo, más lejos y más complicado de organizar que una escapada europea de fin de semana. Cuando suba al avión en Heathrow habrán pasado dos años y medio desde que se me ocurrió este viaje. Ahí es nada.

Como adelanto del contenido que podrás leer a mi vuelta en el blog me gustaría hablarte un poco del itinerario y de nuestros planes.

Cómo surgió la idea

Todo empezó el día que decidí que quería ir a Yakutsk. En general, no me hace falta mucho empuje para querer ir a algún lado («es que tú quieres ir a todos sitios», me diría mi madre), pero lo de Yakutsk es simplemente pura curiosidad.

Buscando imágenes de lugares sorprendentes del mundo para el trabajo hace unos años me enteré de la existencia de Oimiakón, un pueblito en la Siberia más remota que, según dicen, es el lugar habitado más frío del mundo. Allí la temperatura media mínima en invierno está por debajo de los -50 °C durante casi tres meses y también se han llegado a registrar -71,2 °C. Eso fue el principio de mi curiosidad por saber más sobre la República de Sajá-Yakutia y pasé un tiempo comparando el pronóstico del tiempo de Oxford con el de Yakutsk.

Itinerario inicial

Hace dos años y pico, durante una tarde de poca concentración y con Google Maps delante, tracé un itinerario mental de Irkustk, junto al lago Baikal, hasta Yakutsk. La idea era hacer parte del Transiberiano en dirección este y luego recorrer una ruta nueva en tren dirección norte hasta Yakutsk, cuyas obras estaban a punto de terminar, o eso decían las noticias.

Pasó casi un año hasta que me puse a investigar en serio para empezar a organizar el viaje. No había ni rastro en las noticias de que la línea de ferrocarril hasta Yakutsk se hubiera terminado de construir… Dos agentes turísticos con los que hablé en una feria aseguraban que no, que esa línea no llegaba hasta Yakutsk y el agente de viajes que hemos contratado para varias excursiones nos lo confirmó: la última parada queda a unos 800 kilómetros de Yakutsk. Se fastidiaba el plan.

Cambio de planes

Había tres opciones: ir en tren hasta donde pudiéramos y contratar a un guía para que nos llevase en coche, volar a Yakutsk y cambiar la ruta en tren o eliminar Yakutsk de la ruta. Descartamos la primera opción enseguida por el precio y el tiempo. La idea del vuelo regional no nos hacía mucha gracia, pero olvidarnos de Yakutsk no entraba en mi plan, así que al final nos decantamos por la segunda opción.

Irkutsk y el lago Baikal eran la prioridad número dos, por lo que ahora había que decir si volar de Yakutsk a Novosibirsk y hacer el trayecto del Transiberiano hacia el este o volar a Vladivostok y hacer el trayecto al revés, hacia el oeste.

Itinerario definitivo

Tras analizar precios de vuelos, horarios, compañías aéreas (e historial de incidencias), posibles paradas y tiempo disponible, el itinerario quedó confirmado. Lo puedes ver en la imagen de abajo.

Es el siguiente: Londres (1) ˃ Yakutsk (2) ˃ Vladivostok (3) ˃ Jabárovsk (4) ˃ Chitá (5) ˃ Ulán-Udé (6) ˃ Irkutsk (7) ˃ Moscú (8) ˃ Londres.

En cuanto a nuestros planes, primero pasaremos cuatro días en Yakutsk. Dedicaremos dos días a ver la ciudad y tenemos dos excursiones planeadas: una al festival anual que celebra el año nuevo según la antigua tradición yakuta y otra a una zona natural para ver un glaciar y unas cataratas en plena taiga. Después volaremos a Vladivostok, pasaremos allí una noche y el día siguiente nos montaremos en el Transiberiano rumbo al oeste hasta Irkutsk, haciendo paradas de un día en Khabárovsk, Chitá y Ulán-Udé. En Irkutsk estaremos dos días; uno para ver la ciudad y otro para ir al lago Baikal. Terminaremos el viaje pasando los últimos tres días en Moscú antes de coger el vuelo de vuelta.

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Irene Corchado Resmella

Irene Corchado Resmella

Traductora jurada y jurídica de inglés (ICR Translations) especializada en derecho de sucesiones de Inglaterra y Gales, España y Escocia. Autónoma. Residente en el Reino Unido desde 2011 (Edimburgo < Oxford < Londres < St Albans). Casada con escocés. En Instagram: @curiolancer.

De ruta por los bosques nevados de Estonia

De ruta por los bosques nevados de Estonia

De ruta por los bosques nevados de Estonia

Escrito por Irene Corchado

Este artículo no va de dar información práctica ni consejos a senderistas. Para dar consejos estaba yo cuando hice la ruta por los bosques nevados de Estonia… más bien estaba para recibirlos.

Fue a principios de marzo de 2006. Uno de mis compañeros llegó a nuestra residencia de la calle del Oso (Karu) con una propuesta: apuntarnos a una excursión al bosque ese fin de semana. Era una ruta de 20 kilómetros en total y había que llevar saco de dormir y algo de comer y beber. No, oficialmente no se podía llevar alcohol. Sí, el organizador daba a entender que sí podíamos llevar alcohol.

Eso era todo lo que sabíamos, o al menos lo que sabía yo, que no siempre coincide con lo que saben los demás. Nunca había hecho una ruta de andar tan larga y no tenía ni saco de dormir ni ropa adecuada, pero me apunté sin pensarlo. Cuando eres Erasmus te apuntas a todo, incluso a cosas a las que ni siquiera te han invitado.

Recuerdo cómo mi amiga J y yo nos presentamos en una dirección que alguien le había dado con una botella de vodka Viru Valge y chocolate bajo el brazo.

―¡Hola! ¿Vive aquí Steffi?

―Em… Sí. ¿Quiénes sois?

―Somos Irene y J. Venimos a su cumpleaños.

―Ah, pues… Pasad.

Y así fue cómo nos presentamos por la cara en casa de Steffi, una chica alemana que ninguna de las dos conocía y que nos recibió con cara de sorpresa. El vodka y el chocolate ayudaron a romper el hielo.

Te apuntas a tantas cosas que a veces te olvidas de algunas como, por ejemplo, que justo el día antes de irte de ruta por los bosques nevados de Estonia tienes una fiesta. Claro, luego te levantas con prisa después de mucho beber y poco dormir con el tiempo justo para preparar la mochila con cuatro cosas y salir pitando a la estación, haciendo parada, eso sí, en la tienda de alcohol. Se ve que muchos habíamos ido a la misma fiesta el viernes por la noche, porque el 80 % del vagón fue sobado en el tren todo el trayecto.

de ruta, estonia

No sé si el resto de mis compañeros sabía a lo que iba, pero, como me daría cuenta poco después, yo no. Mi experiencia previa con la nieve eran visitas esporádicas cuando era pequeña a Piornal, el pueblo más alto de Extremadura y donde más nieva, y poco más. Bueno, aparte de llevar todo el invierno en Tallin, por supuesto. Y esta rutita durante un fin de semana de marzo más frío de lo habitual (–15 ºC por el día) iba a suponer todo un reto personal para un animal de dehesa como yo.

Definitivamente no llevaba la ropa adecuada para tal acontecimiento. Hasta entonces no nos habíamos aventurado en la naturaleza estonia y no había necesitado ropa deportiva térmica en condiciones. Me bastaba con seguir la moda cebolla, añadiendo capas de ropa hasta que las mangas del abrigo apretaban tanto que apenas podía mover los brazos. Así iba yo por la vida en Tallin, pero el bosque me dio una buena lección.

Esto es lo que llevaba puesto para la ruta: leotardos y pantalones deportivos (bastante finos, por cierto), camiseta térmica de interior, jersey de lana, chaleco, bufanda y gorro de lana, guantes y, atención, zapatillas de deporte.

ruta por estonia

No podría haber tenido una ocurrencia mejor que llevar zapatillas de deporte para una ruta por la nieve. Creo que elegí las zapatillas, porque la otra opción era llevar las botas de ante que usaba a diario (como estudiante ahorradora al máximo no contemplé la posibilidad de invertir en unas buenas botas de Gore-Tex, como que hice al año siguiente antes de mudarme a San Petersburgo).

A los pocos minutos de empezar la nieve comenzó a colarse por todos los huecos de las zapatillas y en nada ya tenía los pies fríos y mojados. Yo normalmente ya tengo las manos y los pies más fríos de lo normal y no tardé mucho en empezar a sentir los pies entumecidos. Recuerdo ir casi todo el camino encogiendo los dedos de los pies para calentarlos. El paisaje era precioso, pero yo pasé la mayor parte del tiempo mirando al suelo, a los compañeros que iban delante en fila india y concentrándome en acelerar el paso y mantener los pies calientes.

Algo muy gracioso para los demás, pero no para mí, fue descubrir que no íbamos a dormir en algún bungaló o cabaña de madera calentita como yo había supuesto, sino en tiendas de campaña sobre la nieve. Resulta que eso era lo que algunos arrastraban en dos especies de trineos. Ahí fue cuando pensé que el finde que yo tenía en mente no iba a parecerse mucho a lo que nos esperaba.

En la mitad del camino hicimos una parada en una cabaña como la que yo me había imaginado para dormir y arramplé con el 60 % de una especie de fuet que llevaba y que debía durar hasta la cena.

Llegamos al lugar de acampada poco antes del atardecer. Básicamente era una explanada enorme con una cabaña de madera abierta, una caseta con un agujero que hacía de servicio y una torre a la que no tardamos en subir para ver la puesta de sol.

Mientras unos montaban las tiendas, otros hacíamos una hoguera para calentarnos y cocinar algo antes de que se congelaran las provisiones. No tardaron en llegar malas noticias desde el puesto base de acampada: una de las tiendas se había roto y eso significaba que las 21 personas que íbamos tendríamos que dormir como pudiéramos en una sola tienda con capacidad para unas 12.

El menú general consistía en pasta barata cocida con nieve derretida y salchichas tipo Frankfurt. A falta de utensilios en condiciones, el compañero encargado de darle vueltas a la pasta lo hizo con la rama de un árbol. ¿Pasta con astillas? No, gracias. Yo me decanté por probar una salchicha y terminar el fuet.

Las botellas no tardaron en aparecer, y había de todo tipo: vodka, vino, Jägermeister, Vana Tallinn, licor de fresa y otras cosas que ni recuerdo. En lugar de beber cada uno lo suyo, el organizador propuso abrir todas las botellas e ir pasándolas. Nadie se movía de la hoguera y el ambiente se fue animando a cada trago. Comenzaron los chistes, las historietas, los cotilleos y una curiosa y espontánea actuación por parte de nuestra amiga M, que cantó lo que el resto dimos por una Marsellesa con una letra desconocida, por mucho que ella insistiera en que aquello era una canción popular húngara.

Poco a poco la gente fue retirándose a la tienda de campaña, pero no tardaron en salir, porque alguien se puso, digamos, estomacalmente indispuesto y hubo que limpiar los aposentos.

Aquella noche dormimos con la ropa puesta (chaleco, gorro y guantes incluidos) y el aliento de otro en la nuca. Por la mañana desayunamos lo poco que no se había congelado e iniciamos la marcha por los bosques nevados. No me acuerdo muy bien del trayecto de vuelta, solo de que andaba muy deprisa encogiendo los pies y pensando en la siesta que me iba a echar en cuanto llegase a casa.

Lo que sí recuerdo es estar sentada delante de la hoguera la noche anterior y pensar varias cosas: que estaba pasando el mayor frío de mi vida, que al día siguiente aún tenía que andar 10 kilómetros por la nieve con aquellas zapatillas, y que esta era una de esas excursiones donde lo pasas mal, pero que luego nunca olvidas.

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Irene Corchado Resmella

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Traductora jurada y jurídica de inglés (ICR Translations) especializada en derecho de sucesiones de Inglaterra y Gales, España y Escocia. Autónoma. Residente en el Reino Unido desde 2011 (Edimburgo < Oxford < Londres < St Albans). Casada con escocés. En Instagram: @curiolancer.

Inmobiliarias inglesas o «no, si la casa ya está vendida».

Inmobiliarias inglesas o «no, si la casa ya está vendida».

Inmobiliarias inglesas o «no, si la casa ya está vendida».

Escrito por Irene Corchado

Los agentes inmobiliarios dan mal rollo, aquí y en Pekín. ¿Quién puede fiarse de alguien que lleva traje y corbata y carpeta (o, peor aún, maletín)? Rezuman sospecha y es algo que no pueden evitar.

Mi experiencia como compradora de vivienda primeriza en Inglaterra ha sido buena, si bien no ha estado exenta de sorpresas y situaciones curiosas. Una de ellas fue con C, una inmobiliaria famosa por sus prácticas poco lícitas que, en palabras de otra inmobiliaria, «rozan la ilegalidad, pero nadie las denuncia porque no vale la pena». La estrategia de C es la del acoso. Te llaman a todas horas, aunque les digas que no estás interesado. Antes de mover un dedo te piden todo tipo de datos (sueldo incluido) y número de teléfono. También suelen dejar el cartel de venta en casas que vendieron hace meses y publicarlas en la web como gancho. De esa forma consiguen captar más posibles compradores a los que luego acosar por teléfono.

Tú ves lo que parece una buena casa, pides información, registran tus datos y solo después te dicen que esa casa ya no está disponible. Y no es que acaben de venderla; a lo mejor la casa se vendió hace casi un año. No tengo muy claro cómo los nuevos propietarios permiten eso, pero es una práctica muy habitual de C. Yo tenía claro que no quería comprar una casa con ellos, pero sí llegamos a ver una.

La visita no duró ni diez minutos. El agente era bastante antipático y lo primero que hizo fue meternos prisa para hacer una oferta y decirnos que el precio de la vivienda no era negociable. Era el precio de salida. Como una subasta, vamos. No intentó vendernos la casa con palabras bonitas. Prácticamente no dijo nada de la casa en realidad, aparte de informarnos de que teníamos unos cinco minutos para verla, porque había una familia ya en la puerta esperando y que, si nos gustaba, debíamos hacer una oferta lo antes posible. «Aquí tenéis ya el formulario que tenéis que rellenar». Pretendía que en cinco minutos decidiéramos si esa era la casa que íbamos a comprar. La casa en sí nos gustó, pero él no.

Otra cosa que me llamó la atención durante el proceso de búsqueda de vivienda fue el cachondeo que se traen algunas inmobiliarias con los Open Day, o Jornadas de Puertas Abiertas. Lo que me sorprendió de esto no fue el hecho en sí de ir, sino el de ir sin saberlo, porque la inmobiliaria X se lo tenía bien guardado. Nos dio mejor impresión que C al contactar con ellos y nos dijeron que podíamos ir a ver una casa ese mismo sábado. Lo que no dijeron fue que todo el barrio iría a verla también. Cuando llegamos allí había más gente que en la guerra: parejas jóvenes, no tan jóvenes y familias con niños corriendo por las habitaciones chillando y montando un guirigay de la ostia. Había tanta gente que la de la inmobiliaria no daba abasto a hablar detenidamente con todos. Lo que sí hizo fue, como el agente de C, meter prisa. Eso se les da de maravilla.

«Mirad. Esta casa se va a ir volando. La quitamos del mercado hace un par de semanas, pero al final denegaron la hipoteca a los compradores, así que la hemos puesto a la venta de nuevo, pero el precio ha subido 15 000 £. Os aconsejo que hagáis una oferta cuanto antes». Yo flipaba. ¿Que el precio ha subido 15 000 £ en cuatro semanas? ¿Y tenemos que competir con toda la peña esta que pulula por la casa? ¡Anda ya!

Pero, para experiencia curiosa, la primera visita que hicimos a una casa. El precio no estaba mal, conocíamos el barrio y en las imágenes tenía buena pinta. En las imágenes solamente, como luego descubrimos.

En cuanto llegamos nos percatamos de algunos «detalles». La casa en cuestión no era más que un añadido posterior a la casa que anteriormente hacía de esquina, y habían creado una especie de túnel entre ambas, ya que la puerta de entrada estaba en un lateral y no en la fachada. Donde debía haber un aparcamiento, había un árbol enorme con unas raíces que levantaban medio suelo. Cuando llegó el agente inmobiliario le comentamos lo del árbol y esto fue lo que nos dijo:

«Sí, es verdad. Supongo que tendréis que acceder a vuestro aparcamiento por el del vecino para salir y entrar».

Y se quedó tan ancho. El pobre no se acordaría de que eso es ilegal y de que el vecino probablemente utilizaba su aparcamiento y, por tanto, no podríamos usar el nuestro. Pero ahí no quedó la cosa. El recorrido por la casa todavía guardaba un par de sorpresas más.

La primera fue el comedor, que se encontraba en una ampliación a la cocina. Decir ampliación no es ser fiel a la realidad, porque aquello era una chapuza de aúpa. Las paredes eran de muy mala calidad y el frío se colaba por todos sitios. Cuando me di la vuelta para mirar hacia la cocina vi en una esquina la cañería del desagüe, que desaparecía misteriosamente en el suelo de tarima del comedor. Al acercarme vi una especie de trampilla en el suelo. Al abrirla descubrí que el comedor (esa «ampliación», según la inmobiliaria), no tenía ningún tipo de cimiento. Debajo del suelo había un agujero de palmo y medio y luego gravilla. ¡Gravilla y un desagüe!

Yo no cabía en mi asombro. Después de eso le preguntamos al agente si había gente interesada en hacer una oferta y, para nuestra sorpresa, nos dijo «no, si la casa ya está vendida. Hemos aceptado una oferta de X libras».

No sabíamos cómo reaccionar y nos quedamos callados. No dije nada, pero pensé dos cosas: «¿De verdad alguien ha comprado esta mierda?» y «¿Para qué nos la enseñas entonces, payaso?».

Esto de enseñar casas después de aceptar ofertas de compradores es una práctica, si bien no legal, bastante frecuente y se llama gazumping. Normalmente, cuando haces una oferta en una casa debes acordar con la inmobiliaria que tu oferta conlleve quitar la vivienda del mercado mientras tú arreglas todos los trámites. Si no lo haces, algunas inmobiliarias siguen enseñando la casa y, si alguien ofrece más dinero, se la venden a él y te dejan con un palmo de narices.

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El curioso caso de las libras escocesas y por qué no las aceptan en Inglaterra

El curioso caso de las libras escocesas y por qué no las aceptan en Inglaterra

El curioso caso de las libras escocesas y por qué no las aceptan en Inglaterra

Escrito por Irene Corchado

Esto es uno que entra en una tienda en Inglaterra, intenta pagar con libras escocesas y el de la tienda le dice que ni hablar, que ese dinero no lo acepta. Y quien dice entrar en una tienda dice en un supermercado, o montarse en el autobús. La historia se repite.

Me ha pasado ya bastantes veces. Una vez fui a comprar a una tienda pequeña y solo llevaba cinco libras escocesas y la tarjeta. La dueña miró el billete y luego a mí con una mezcla de susto y recelo.

―¿Y esto son libras?

―Sí, son libras, solo que son de Escocia.

libras esterlinas de Escocia

Creo que la señora no las había visto en su vida y no paraba de tocarlas y mirarlas, no fueran falsas o algo. Las analizó al trasluz y las pasó por el detector de billetes falsos.

―¿No tienes otras?

―No. Solo tengo estas y la tarjeta.

―Pues, si no te importa, preferiría que pagases con tarjeta. No me siento cómoda aceptando este billete.

Total, que acabé pagando con tarjeta un mísero líquido limpiacristales, además de un bonito cargo de casi 60 peniques por pago con tarjeta.

Esta señora al menos fue amable y estuvo a punto de aceptarlas, pero los conductores de autobuses son otro cantar.

Otro día R, una amiga y yo nos montamos en el autobús para ir al centro. R y yo pagamos y nos sentamos, mientras la amiga compraba el billete. Acababa de llegar de Escocia y sacó un billete de cinco libras para pagar. El conductor lo miró con una cara de bastante asco y le espetó un «ese dinero aquí no lo aceptamos» en un tono bastante grosero. Al final tuvimos que ir y pagarle el billete. Me sentí mal por ella, porque se quedó callada sin saber muy bien qué responder al conductor. Si llega a decirme a mí eso en ese tono, creo me habría bajado del autobús del cabreo.

Hay dos cosas que yo no acabo de entender. Una es que, si hay varios tipos de libras circulando por el país, ¿por qué en más de cinco años en Inglaterra jamás he visto una libra escocesa en Inglaterra? Los cajeros no te las dan y las tiendas tampoco. Me resulta muy raro, porque en cualquier país de la zona euro ves dinero de un montón de sitios y quien más y quien menos gusta de coleccionar monedas de todos los países. Bueno, pues aquí no.

Otra cosa que no entiendo es por qué es tan difícil que te acepten libras escocesas en Inglaterra. La mayoría de las veces tengo que gastarlas en las máquinas automáticas de supermercados grandes, porque la gente no quiere aceptarlas.

Investigando un poco sobre el tema, he descubierto el quid de la cuestión. La historia es esta:

La moneda oficial del Reino Unido es la libra esterlina, y el Banco de Inglaterra es quien la regula. Hay tres versiones: la libra de Inglaterra y Gales, la de Escocia y la de Irlanda del Norte. Aunque en última instancia es el Banco de Inglaterra quien regula la emisión de todas ellas, hay cuatro bancos norirlandeses y tres escoceses autorizados para emitir billetes propios. En Escocia, los bancos que pueden emitir libras escocesas son Bank of Scotland plc, Clydesdale Bank plc y The Royal Bank of Scotland plc.

Hasta ahí, todo bien.

Luego resulta que, aunque existen tres tipos de libras, no todas son consideradas de curso legal (legal tender). El concepto de moneda de curso legal varía según la zona. En Inglaterra y Gales, legal tender son las monedas emitidas por la Casa Real de la Moneda (Royal Mint) y los billetes del Banco de Inglaterra.

En Escocia e Irlanda del Norte solo se consideran moneda de curso legal las monedas. Por lo tanto, los billetes, tanto emitidos por los bancos norirlandeses como por los bancos escoceses, no se consideran de curso legal en el Reino Unido. Por el mismo motivo, los billetes del Banco de Inglaterra tampoco se consideran de curso legal en Escocia ni en Irlanda del Norte.

La definición de moneda de curso legal realmente no tiene ninguna relación con el hecho de aceptar o no los billetes escoceses en Inglaterra. Esto depende exclusivamente de las partes involucradas en una transacción. Por lo tanto, en Inglaterra nadie está obligado a aceptar billetes escoceses (o norirlandeses) si no quiere.

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Irene Corchado Resmella

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Rutas en Oxford: paseos a la orilla del Támesis

Rutas en Oxford: paseos a la orilla del Támesis

Rutas en Oxford: paseos a la orilla del Támesis

Escrito por Irene Corchado

En Oxford los días soleados y sin lluvia son una rareza, así que hay que aprovecharlos para hacer actividades al aire libre. Si ya has visitado los principales lugares de interés del centro y quieres aprovechar la tarde para dar un paseo, te propongo dos rutas a pie a la orilla del Támesis: una corta de una hora y otra de dos horas de duración. Elige la que mejor se ajuste al tiempo de que dispongas.

Ruta 1: del centro a Iffley

Salida: Folly Bridge
Llegada: esclusa de Iffley
Distancia: 1,5 millas (2,4 km) solo ida
Duración: 35 minutos (aprox.) solo la ida

La ruta corta es perfecta si ya has visitado los principales lugares de interés y quieres aprovechar la tarde para dar un paseo tranquilo de poco más de una hora en total. Suele ser un plan bastante recurrente para los viajeros durante el fin de semana, sobre todo en verano.

Para llegar al punto de partida desde el centro debes bajar St Aldate’s hasta Folly Bridge por la acera izquierda. Cruza el puente hasta el semáforo y verás un estrecho camino a tu izquierda. Aquí empieza la ruta.

Quizá conozcas la famosa regata The Boat Race, que se celebra en Londres entre los clubes náuticos de las universidades de Oxford y Cambridge. Bien, pues durante el paseo podrás ver los pequeños pero estilosos almacenes donde cada club guarda sus embarcaciones, así como los entrenamientos. Pon atención al camino, ya que los entrenadores van en bicicleta (tan rápido como las piraguas) dando instrucciones.

Otra cosa que te llamará la atención son los estrechos barcos amarrados a la orilla. Mientras algunos son mero objeto de paseos por el río los fines de semana, otros son viviendas permanentes, cuyos dueños pagan la contribución y todo. Como dato curioso diré que durante nuestra búsqueda de vivienda hace año y medio lo único disponible por menos de 200 000 £ era uno de estos barcos. La verdad es que a algunos no les falta detalle y tienen desde mesa y sillas en la parte exterior, a macetas y objetos decorativos.

arbol y camino_oxford thames path

barco en el tamesis, oxford

caseta para barcos, oxford

Parada en Isis Farmhouse

En el último tramo antes de llegar a la esclusa de Iffley puedes hacer una corta parada para un café en Isis Farmhouse. Es un bar pequeño de aspecto destartalado, pero tiene buen café, sopas, ensaladas y bocadillos con pan casero. Si tienes la suerte de visitar Oxford un día soleado puedes sentarte en la zona exterior y tomar una buena cerveza con vistas al río.

Curiosidad: «Isis» deriva del nombre latino del río Támesis y designa el tramo que va desde Osney, cerca del centro, hasta el sur de la esclusa de Iffley. De ahí el nombre del pub.

La esclusa de Iffley

Poco después de pasar Isis Farmhouse se divisa a lo lejos un pequeño puente de piedra, tras el que se encuentra la esclusa. En esta zona los patos y gansos campan a sus anchas.

La esclusa original data de 1632, aunque fue reconstruida varias veces, la última de ellas en 1924. Este breve vídeo muestras varias embarcaciones cruzando la esclusa tras la inauguración de 1924 ante un público curioso.

Cuando llegues a Iffley tienes tres opciones: seguir caminando y hacer la ruta larga, dar la vuelta o cruzar el río y explorar el barrio de Iffley antes de volver. Iffley es un barrio tranquilo con preciosas casas antiguas y varios rincones interesantes.

Opción 2: ruta larga del centro a Sandford

Salida: Folly Bridge
Llegada: esclusa de Sandford
Distancia: 3,2 millas (5,1 km) solo ida
Duración: 1 h (aprox.) solo la ida

Ten en cuenta que el trayecto completo de ida y vuelta dura más de dos horas, así que elige esta ruta si quieres tomarte el paseo como ejercicio. El primer tramo (hasta Iflley) es el más concurrido y el que suelen hacer los turistas. Aunque el segundo tramo no tiene mucho que ver, aparte de la orilla y el campo, es mucho más tranquilo, ya que apenas hay gente.

No merece la pena hacer solo el trayecto de ida y volver al centro en transporte público, ya que los servicios de autobús en Sandford son muy limitados e infrecuentes. Si no te apetece hacer toda la ruta a pie, una buena opción es alquilar una bicicleta en el centro. Con Bainton Bikes puedes alquilar una bicicleta todo el día por 10 £, por ejemplo.

Si visitas Oxford durante el fin de semana, lo mejor es hacer esta ruta a mediodía, para llegar a la esclusa de Sandford a la hora de comer. Así puedes aprovechar para cargar las pilas en el pub Kings Arms o, si el tiempo lo permite, tomar una pinta en el jardín a la orilla del río y ver llegar a los piragüistas. Procura reservar con antelación para comer, porque suele estar bastante concurrido los sábados y domingos.

Sandford-on-Thames es un pueblecito al sur de Oxford cuya historia está íntimamente ligada al río Támesis. Junto al pub podrás ver un bloque de pisos construido en lo que antaño era un molino de papel que cerró sus puertas a principios de los años ochenta. En esta zona se producen fuertes corrientes y varios jóvenes perdieron la vida nadando en sus aguas a lo largo de los años. Jerome K. Jerome, autor del libro de humor Tres hombres en un bote describió Sandford como «un buen lugar en el que ahogarte». Sin embargo, a la gente local y los universitarios no parecía importarles el peligro y acudían a Sandford para darse un chapuzón y merendar hasta mediados del siglo XX.

Después de descansar y comer algo contundente en Kings Arms, ya puedes dar la vuelta y poner rumbo al centro. ¡Recuerda pedir bebidas sin alcohol si vas en bicicleta!

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