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Desde septiembre de 2014 tengo la suerte de vivir en la preciosa ciudad de Oxford, conocida principalmente por albergar una de las mejores universidades del mundo. En este artículo comparto una de lista de lugares favoritos, que actualizo con frecuencia según voy descubriendo nuevos lugares. Las recomendaciones personales nunca vienen mal, así que toma nota si algún día vienes por aquí.
© The Curiolancer. Todos los derechos reservados.
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Traductora jurada y jurídica de inglés (ICR Translations) especializada en derecho de sucesiones de Inglaterra y Gales, España y Escocia. Autónoma. Residente en el Reino Unido desde 2011 (Edimburgo < Oxford < Londres < St Albans). Casada con escocés. En Instagram: @curiolancer.
Llegamos a Irkutsk casi a las cuatro de la tarde. Cuando el tren se va acercando a la ciudad veo un puente grande sobre el río Angara y enormes bloques de pisos. En la estación se bajan muchos soldados y hay reencuentros familiares con abrazos, besos, flores y sonrisas con dientes de oro. Nada más bajarnos del tren sentimos una bofetada de calor repentina.
Irkutsk es, sin duda, el sitio más turístico de todos los que hemos visitado en Siberia. Hay bastantes turistas occidentales y los carteles están en ruso y en inglés. Nos subimos al tranvía y nos damos cuenta de que esta es una ciudad ciudad, con muchos semáforos y pasos de cebra, aceras con pocos agujeros, menos edificios ruinosos y gente mejor vestida en general.
El alojamiento está bien, pero resulta un poco decepcionante. Pensaba que la familia vivía allí y alquilaba una habitación o dos, pero resulta que vive en el piso de al lado y alquilan este entero tipo hostel, por lo que el contacto con ellos es mínimo. En total somos siete huéspedes y solo hay un baño, por lo que las colas son constantes. Además, a veces hay dos chicas juntas en el baño con la puerta abierta y alguien pone todo perdido de agua cada vez que entra.
La calle de Karl Max es una de las principales y más comerciales. Seguimos una ruta a pie marcada en el suelo con una línea verde y vemos el circo por fuera y varios edificios históricos. Luego caminamos hasta el arco junto al río (Moskovskie Vorota) y damos un paseo por la orilla. Me llaman la atención unos paneles grandes con fotos de niños y me acerco a leer:
Esta es la otra cara de Irkutsk, la que pasa desapercibida para los viajeros que no manejan el idioma, ya que la información está solamente en ruso. Los paneles chocan con la imagen de niños felices que, a pocos metros, van montados en cochecitos eléctricos, una atracción habitual en las plazas y los paseos fluviales de otros lugares como Jabárovsk. Los números, aunque puedan no parecer grandes, sorprenden si se tiene en cuenta que son solo de Irkutsk, una ciudad con una población inferior a la de Zaragoza.
Después cruzamos el parque de Kirov y cenamos en un falso italiano. La camarera no nos sienta en el restaurante, sino en el bar, donde hay dos holandesas bebiendo cerveza y hablando demasiado alto. El dueño es un tío raro que hace comentarios poco acertados sobre los vegetarianos y no quiere que pida la pizza de verduras. Dice cosas como «Solo tengo eso en el menú para los ingleses» o «Las verduras vienen de Asia y no saben a nada. Son como de plástico» y otras lindezas. Estoy por decirle que la carne por estas tierras no es que sea buena precisamente, pero estoy cansada y quiero comer. Le dijo que quiero verduras, aunque sean de plástico, y que me traiga la pizza que pido.
Nos levantamos temprano y vamos al mercado central a coger el minibús que nos llevará a Listvyanka y el lago Baikal. Mientras esperamos a que se llene el minibús llega una chica que está comiendo un helado de cucurucho enorme. No son ni las nueve de la mañana. El trayecto dura una hora y no es demasiado agradable (te cuento la historia completa en este artículo).
Como ya habíamos imaginado, el pueblo de Listvyanka es muy turístico, ya que es el punto del lago Baikal más cercano a Irkutsk. Es una especie de paseo marítimo chabacano para turistas, una sucesión de hoteles, puestos de recuerdos, puestos de pescado ahumado y cafeterías cutres. En un principio la idea era ir a algún lugar más alejado, pero no teníamos tiempo suficiente. Hace un frío que pela y venimos los dos en manga corta muy chulos. Sopla un viento fuerte del lago que pone la piel de gallina. Se oye el chunda-chunda de algunos puestos y un hombre anuncia paseos en barco con un megáfono. Decidimos andar hasta el final del paseo y luego subir por un camino para ver las vistas. Según el mapa que llevamos, hay una plataforma de observación en un cerro, pero parece demasiado lejos y decidimos dar la vuelta tras llegar a lo que parece un recinto de investigación donde solo salen dos perros a saludarnos.
A la vuelta, los vendedores de pescado ahumado nos llaman para que nos acerquemos. Son las once de la mañana y lo que menos me apetece es comer pescado ahumado. El olor de las brasas lo inunda todo y es fuerte y característico. Huele a madera y a ramas frescas. De abedul, creo.
Acabamos comiendo en un bar donde antes hemos tomado café. En la terraza hay un hombre con un ordenador, cascos y micrófono que lleva un buen rato hablando y no pide nada. Otra vez sirven la comida de R antes que la mía. Esta costumbre que tienen de no servir al mismo tiempo me pone de los nervios.
Cuando volvemos a Irkutsk nos dedicamos a pasar la tarde paseando en busca de las bonitas casas de madera tan características de esta zona, muchas de ellas ubicadas en las calles Gryaznova, Babushkina y alrededores. Luego bajamos la calle de Lenin entera hasta la estatua del zar Alejandro III. En el río hay gente bañándose, tomando el sol y comiendo.
Terminamos el día en el 130 квартал, un sitio curioso. Lo construyeron hace unos diez años con motivo del aniversario de la ciudad. Hay réplicas de las casas de madera típicas y la mayoría son restaurantes. Hay de todo: una cafetería de buuzi, bares raros, un pub «irlandés» y restaurantes variados (un asador, un georgiano, un chino-japonés) y un castillo flotante. Da la sensación de estar en una especie de parque temático. Se ve que aquí es donde viene la gente después de trabajar, porque está lleno los dos días que vamos (miércoles y jueves). Primero tomamos algo en Жагули y vemos llegar a una pareja muy joven. Él le ha comprado a ella una rosa y le pide a la camarera que traiga un jarrón con agua para poner la flor mientras cenan, no vaya a ser que se seque en una hora y a ver qué hacemos luego. Menudo drama.
Ya en casa, hacemos las maletas y nos vamos a dormir tempranísimo, porque el dueño del piso va a llevarnos al aeropuerto a las tres de la mañana. ¡Moscú nos espera!
Dónde nos alojamos nosotros: Homestay in Irkutsk*
Dirección: Pionerskiy pereulok 3-22
Puntuación en Booking.com: 9,3/10
Ver más alojamiento en Irkutsk*
Este artículo contiene enlaces afiliados. Si haces una reserva o compra a través de los enlaces recibiré una pequeña comisión, sin ningún coste adicional para ti. Los enlaces afiliados me ayudan a cubrir algunos gastos de mantenimiento del blog sin tener que recurrir a otras técnicas más agresivas (y más molestas para ti como lector), como anuncios.
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Traductora jurada y jurídica de inglés (ICR Translations) especializada en derecho de sucesiones de Inglaterra y Gales, España y Escocia. Autónoma. Residente en el Reino Unido desde 2011 (Edimburgo < Oxford < Londres < St Albans). Casada con escocés. En Instagram: @curiolancer.
Nuestra aventura por Siberia y Moscú del pasado verano nos dejó muchos recuerdos y anécdotas curiosas. En este artículo recopilo 30 cosas que, por alguna razón, nos llamaron la atención.
1. Una barra de salami en la cinta transportadora, con su etiqueta identificadora y todo.
2. Un niño pagando con tarjeta. En la cafetería de la estación de trenes de Jabárovsk había una madre y su hijo, que no tendría ni ocho años, sentados al lado de nuestra mesa. La mujer llevaba comida solo para ella y se puso a comer. De pronto, sacó su tarjeta bancaria y se la dio al niño diciéndole «ve a comprarte tú algo».
3. Casas construidas sobre pilares. Debido al permafrost, en Yakutia construyen los edificios sobre pilares de hormigón, dejando un hueco de más de un metro entre el suelo y el primer piso.
4. Dos hombres dejando tirado a un borracho en unos setos. En nuestro primer paseo por el recinto donde se celebraba el festival Ysyakh vimos a dos hombres llevar a un borracho en brazos, tirarlo al suelo, arrastrarlo por los brazos hasta unos arbustos y dejarlo allí tirado a la sombra solo a que se le pasara la castaña.
5. Un hombre haciéndose pasar por vendedor en una tienda. Al entrar en un supermercado en Yakutsk vi a un hombre dormido sobre el congelador de los helados. Le llamé la atención y se despertó todo asustado, preguntándome que qué quería. Le pedí galletas, me las dio, pero luego le pedí leche y me dijo «para eso tienes que esperarte a que vuelva la chica. Yo no trabajo aquí».
6. Coches calcinados en los jardines. En varios trayectos del transiberiano vi un montón de vehículos calcinados en los jardines y patios traseros de las casas. Me he quedado con las ganas de saber por qué los tienen ahí.
7. Un hombre bañándose por la noche en un río a oscuras a las afueras de Chitá.
8. Chicos demasiado jóvenes para llevar dientes de oro. En el trayecto a Irkutsk iban prácticamente solo jovencísimos soldados, muchos de ellos con al menos un par de dientes de oro.
9. Gente fumando junto a depósitos de líquidos inflamables en las estaciones de tren. Todo un clásico. Si hay algún cartel que prohíba hacer algo, no dudes de que verás a gente haciendo precisamente lo que se prohíbe hacer, allí donde está prohibido.
A classic image at Siberian railway stations: lots of cargo trains containing fuel, gas and all sorts of flammable substances and people having a smoke next to them, and even throwing the butts to the rails, not giving a shit. Молоци, ребята! #welldone #Russia #train #dangerous #crazystuff #cargo #instamoments #Russians #Khabarovsk #Transsiberian #instarussia #travelgram #backpacking Una publicación compartida de Irene – Piggy Traveller (@piggytraveller) el
10. Comer helado de postre a las cuatro de la mañana. Esto no solo lo vi, sino que yo también lo hice, ya que nos sirvieron helado como postre después del desayuno en un vuelo nocturno.
11. Un «taxi» con el maletero lleno de herramientas. Entrecomillo «taxi» porque era, básicamente, un coche particular sin ningún tipo de identificación como taxi.
12. La palabra «Victoria» escrita con enormes letras blancas en una colina cerca de Chitá.
13. Gente envolviendo maletas con plástico transparente de cocina. Los rusos están obsesionados con envolver las maletas en los aeropuertos y se presentan allí cargados con rollos de plástico transparente de casa y se ponen al lío.
14. Muchos niños con sandalias y calcetines largos. Yo pensaba que el récord de gente con sandalias y calcetines lo tenía el Reino Unido o Alemania, pero no, lo tiene Rusia. A excepción de Moscú, en todos los lugares que visitamos vimos a niños con sandalias y calcetines, algunos incluso con calcetines largos.
15. Un reloj de pared que imita al Big Ben. Llegar a nuestro piso en la remota Yakutsk y ver un reloj del Big Ben en la habitación nos dejó un poco descolocados.
16. Un cartel de una escuela de danzas irlandesas que se llama Inverness. Destila profesionalidad y conocimientos geográficos a raudales.
17. Un glaciar aún congelado a finales de junio. Caminar por encima de la superficie helada del glaciar Buluus en Yakutia a más de treinta grados y en manga corta ha sido una de las experiencias de viaje más curiosas que he tenido hasta ahora.
18. Un hotel bajo las gradas de un antiguo estadio de fútbol. El hotel en el que nos alojamos en Jabárovsk fue el más original y curioso de todos. Se ubica en un parque prácticamente vacío con una noria que da bastante yuyu. El techo de las habitaciones era escalonado, ya que las gradas del estadio estaban justo encima.
19. Coches chocantes flotantes.
20. Calzoncillos para hombres gordos. En el escaparate de una tienda de ropa interior en Ulán-Udé había calzoncillos para gordos. La caja lleva el siguiente mensaje: «Fat men’s underwear», acompañado de la foto de un hombre gordo con sombrero que pretendía ser italiano.
21. Gente cruzando las vías con bolsas de la compra sin prisa ninguna.
22. Gente en el medio de la nada que no se sabía muy bien de dónde venía o a dónde iba, porque no se veía ningún pueblo cerca, ni estación ni nada.
23. Una cabra suelta al lado del edificio de la empresa de trenes.
24. Una jaula de plástico con caracoles en el baño de nuestro alojamiento en Irkutsk. No sé para qué. No quise preguntar, ni quiero saber qué hacen con ellos.
25. Gente bañándose en el río Amur, en una zona donde está prohibido bañarse.
26. Un coche pitando a un discapacitado en un paso de peatones de Irkutsk. Según nuestra experiencia en general, puedo decir que muchos conductores rusos no respetan a los peatones, por desgracia.
27. Una camarera llevando un jarrón a una mesa. En la terraza de un restaurante de Irkutsk había una pareja joven sentada junto a nosotros con toda la pinta de estar en una primera o segunda cita. Él le había comprado flores a ella y le pidió a la camarera que llevara un jarrón con agua, no se fueran a estropear o algo en la hora y media que estuvieron allí.
28. Vendedores extranjeros con altavoces al cuello. En los alrededores de la estación de Belorusskaya de Moscú vimos a chicos jóvenes de Asia Central portando altavoces al cuello por el que sonaban mensajes pregrabados en ruso tipo «barato, barato».
29. Establecimientos con demasiados empleados. En muchas de las tiendas y cafeterías a las que fuimos me di cuenta de que había demasiados empleados para el número de clientes. Fuimos a locales de distinto tipo y a horas muy diversas, pero casi siempre la mitad de los empleados estaban ociosos sin hacer nada en un rincón, o incluso sentados en una de las mesas charlando.
30. Parejas de recién casados haciéndose fotos en el centro comercial GUM. Es un sitio espectacular, pero no le encuentro yo el toque romántico o personal a un centro comercial gigantesco en plena plaza Roja y lleno de gente hasta los topes.
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Traductora jurada y jurídica de inglés (ICR Translations) especializada en derecho de sucesiones de Inglaterra y Gales, España y Escocia. Autónoma. Residente en el Reino Unido desde 2011 (Edimburgo < Oxford < Londres < St Albans). Casada con escocés. En Instagram: @curiolancer.
Llegamos a Ulán-Udé por la mañana temprano procedentes de Chitá. A pesar de haber tenido una noche tranquila en el tren estamos cansadísimos y venimos con ganas de ducha, así que no nos importa pagar extra para entrar en la habitación antes de las doce. Como mañana nuestro tren a Irkutsk sale por la mañana, he reservado alojamiento cerca de la estación para ahorrar tiempo. Sin embargo, con este nivel de cansancio el trayecto de diez minutos se me hace eterno y, como soy muy lista, me he cargado la suela de mis sandalias nuevas. Quería cambiar de calzado y supuse (mal) que habría una acera en condiciones desde la estación al hotel, pero ¡qué va! Tenía unos socavones y unas chinas que ni te cuento.
El hotel ocupa la primera planta de una jrushovka (así llaman a los edificios de viviendas de cuatro plantas construidos durante la época de Nikita Jrushov) y tiene unas doce habitaciones. La dueña es una señora de etnia buriata bajita y simpática que se sorprende gratamente cuando me oye hablar en ruso y me hace todo tipo de preguntas. Como nos ve cansados, nos da las llaves de la habitación enseguida y nos ofrece café. La bandeja del café llega mientras estoy lavando algo de ropa en el lavabo y es tan malo como esperaba: de nuevo café soluble diluido en agua caliente, con poca leche y demasiado azúcar. R dice que ese caldo azucarado no se lo bebe.
Después de descansar un rato salimos a buscar un sitio en el que desayunar. Mi mapa impreso y el de Google Maps no coinciden y damos una vuelta extraña por calles con edificios oficiales bonitos y cuidados y nos topamos sin querer con la estatua de la cabeza de Lenin más grande del mundo en la plaza Sovetov.
Al otro lado de la plaza entramos en una cafetería tipo bufé que se llama Appetite y pagamos menos de 200 rublos (2,90 euros) por dos cafés de esos malos, cuatro bollos y un trozo de tarta. La cajera está empanada y no parece preocupada porque la cola pronto llegue hasta la puerta. En Rusia la gente come de todo a cualquier hora. Ahora mismo son casi las once de la mañana y nosotros estamos desayunando, pero en la mesa de al lado una señora come pizza y también vemos a gente comiendo sopa, carne con puré de patata y tartas.
Nuestro plan es subir a un templo budista (Datsan Rimpoche-Bagsha) en una colina a las afueras y cogemos la marshrutka 97 enfrente del hotel Бурятия Plaza, como tengo apuntado según los consejos de otro viajero con blog. Resulta que la furgoneta no sale enfrente del hotel, sino delante (me pregunto si el bloguero confundió «enfrente» con in front of), así que nos hemos montado en la furgoneta que va en dirección contraria. Tardamos una media hora en darnos cuenta, pero al menos así hemos visto un poco el sur de la ciudad, un accidente y el teatro por solo 20 rublos cada uno. La marshrutka correcta va a toda leche, como el resto de los coches. Según vamos subiendo la cuesta hacia el templo, vemos más casas de madera y calles de tierra, como en los pueblos.
Arriba en la colina hace mucho viento y no tarda en lloviznar, así que, aunque hemos desayunado hace poco más de dos horas, entramos en el restaurante cercano para tomar algo y usar el baño. Las vistas desde el restaurante son increíbles y cuando terminamos nuestras bebidas no tenemos ganas de salir, así que acabamos comiendo. En la mesa de al lado hay una suerte de reunión familiar donde se ve a leguas quién manda. Un hombre de unos cincuenta con americana y una camisa estampada demasiado apretada es el centro de atención de toda la mesa. Él es quien lleva la voz cantante en las conversaciones y gesticula con aires de persona importante. Las mujeres de la mesa no participan demasiado y se preocupan más de los niños.
Ha dejado de llover, pero el viento es aún fuerte. Subimos las escaleras que dan acceso al templo y lo rodeamos andando contemplando las vistas de la ciudad a nuestros pies. A la izquierda hay un templete con tubos gruesos metálicos con inscripciones y una campana enorme. En la ladera de la colina ondean miles de banderas de tela de colores con oraciones.
Ya en el centro vemos la placita de la Ópera y su fuente y bajamos por la calle Lenin cruzando el arco hasta una catedral blanca. A la vuelta queremos entrar en lo que parece un mercado de abastos, pero a través de un arco vemos que en el centro solo hay un patio descuidado con hierbajos. Con la buena pinta que tenía el sitio. ¡Vaya desilusión!
El museo histórico de la ciudad se ubica en una casa de madera en la calle Lenin. Es pequeño, la entrada barata y no hay nadie dentro. Alberga una colección sorprendentemente aleatoria de muebles de una familia local, ropa, juguetes y utensilios varios. Lo mejor son dos salas con fotografías antiguas de Ulán-Udé a principios del siglo XX, cuando era poco más que un fuerte de madera con un mercado y un hospital.
Al salir nos refugiamos de un tremendo chaparrón en un centro comercial de esos tan raros que solo tienen un par de tiendas. En la planta de abajo hay una tienda de carcasas de móviles, en la primera hay una tienda de electrodomésticos y en la de arriba hay una librería-papelería infantil. También hemos notado que en Ulán-Udé casi no hay tiendas de alimentación en el centro. Solo hemos visto un supermercado.
En la cafetería Ethnocafé pedimos buuzi, el único plato de la zona que me atrevo a probar, porque las otras especialidades no suenan demasiado apetecibles (carne de caballo hervida, lengua de vaca, coxis de cerdo, omul salado). Los buuzi son unos saquitos de pasta con un agujero arriba que están rellenos de carne picada de cordero (a veces ternera) con cebolla. Se come con las manos. Coges un buuza, le das un mordisco y bebes un poco del caldo que suelta la carne. Normalmente lo sirven con patatas o ensalada de col. Como estaban muy calientes, partí el mío por la mitad y me lo comí con tenedor, seguramente un sacrilegio gastronómico que los buriatos nunca me perdonarán, pero es que aquello era lava pura.
Le damos una oportunidad a otro centro comercial, donde el 90 % de los locales son zapaterías y el resto tiendas de ropa de mala calidad, fea y cara. En el escaparate de una tienda de ropa interior hay unos calzoncillos para gordos con texto en inglés y chino: «Fat men’s underwear». Un mensaje claro, directo y fino donde los haya. El texto viene acompañado de la imagen de un hombre gordo con sombrero que pretende ser italiano.
El cansancio empieza a pasarnos factura y decidimos cenar temprano y volver al hotel para descansar. Mañana nos espera el último y prometedor trayecto en tren de nuestro viaje hasta Irkutsk.
Dónde nos alojamos nosotros: Hotel Shumak*
Dirección: Revolutsii 1905, d.32
Puntuación en Booking.com: 9,2/10
Ver más alojamiento en Ulán-Udé*
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Una de las cosas que tengo claras sobre Rusia es que no es un país para recorrer en coche, al menos no con la misma tranquilidad y confianza que en otros lugares. He llegado a esa conclusión después de mis estancias en ciudades rusas tan distantes (y distintas) como San Petersburgo, Moscú, Sochi o Yakutsk, además de mi reciente viaje por el este de Siberia.
El estado de las carreteras deja mucho que desear y los rusos al volante son un auténtico peligro. Los cinturones de seguridad brillan por su ausencia, al igual que las motos o las bicis. Los socavones y baches son gigantescos y los accidentes no es que sean frecuentes, sino constantes. No hay más que buscar cualquier destino ruso en el mapa de Google y poner el hombrecillo amarillo en alguna carretera para ver coches accidentados y conductores discutiendo o llegando a un acuerdo (lo de llamar a la policía no se lleva mucho por estos lares, porque la palabra «policía» conlleva, en muchos casos, un soborno). Por si fuera poco, en el este de Siberia muchos vehículos son japoneses y llevan el volante a la derecha.
A continuación, comparto un par de anécdotas viales de nuestro viaje por Siberia:
No hay un solo paso de peatones de la estación de trenes hasta la plaza de Lenin, que parece ser el único lugar de la ciudad que los tiene. Aquí hay que cruzar con confianza, porque los conductores están locos y hay muchísimo tráfico. Tenemos que cruzar un cruce de cuatro calles sin semáforo ni paso de cebra y los dos primeros intentos resultan fallidos. Al poco se nos une una mujer y le digo a R que lo mejor es que nos pongamos a la izquierda de la mujer y crucemos un par de segundos después que ella, para así no ser los primeros en ser atropellados en caso de accidente.
Ya en la plaza Lenin el semáforo está en rojo para los coches y la estampa ahora mismo es esta:
Hay coches aparcados en doble fila (veo a algunos hombres echándose una siestita), un señor con el capó abierto intentando arreglar algo, un tractor, una furgoneta con la puerta abierta por la que se asoma un hombre a que le dé el fresco y otro hombre que cruza media calle y se pone a hablar con un conductor que espera la luz verde del semáforo.
Leer diario de viaje de Chitá
Mira que nos sorprendió el tráfico de Chitá, pero el de Ulán-Udé es todavía peor. Nunca estás seguro de si los coches van a parar cuando cruces, sobre todo en sitios donde no hay ni semáforos ni pasos de peatones. En el cruce de la plaza Sovietov con la calle de Lenin algunos coches se quedan atrapados en medio del tráfico (aquí no hay cuadrícula ni nada, por supuesto) y otros los rodean, se adelantan y taponan los cruces… El caos es increíble.
Nos montamos en una marshrutka (furgoneta con ruta establecida) para ir al templo budista. No sé a qué velocidad va el conductor, pero seguro que a más de la permitida. Veo a conductores fumando, hablando por el móvil y sin cinturón. Todo a la vez. Incluso vemos un 4 x 4 yendo por los raíles del tranvía cuando viene un tranvía de frente a pocos metros y lo esquiva de milagro en el último segundo.
Leer diario de viaje de Ulán-Udé
Acabamos de cruzar la calle y un coche se pone a pitar. Me doy la vuelta y veo que aún hay un chico cruzando la calle y el coche le pita para que se dé prisa. El chico no puede ir más deprisa; se ve a leguas que tiene un problema físico en el lado izquierdo que le hace cojear. El coche pita, aunque al chico le quedan apenas dos o tres metros para llegar a la acera. No me lo puedo creer: conductores pitando a una persona con una minusvalía física en un paso de peatones. Me hierve la sangre y solo pienso en improperios en español que termino tragándome.
Damos un paseo por el centro en busca de las típicas casas de madera y en un cruce una señora mayor se me agarra del brazo y me pide amablemente que le ayude a cruzar la calle. Dice que tiene miedo de caerse en los raíles del tranvía y no me extraña, porque el asfalto está todo roto y hay unos agujeros tan grandes que no sé cómo los tranvías no descarrilan. La amabilidad casi excesiva con que la señora me habla me hace pensar que no es mucha la gente que le ayuda.
Leer diario de viaje de Irkutsk
Nos levantamos temprano y vamos al mercado central a coger el minibús para ir al lago Baikal. El trayecto dura una hora y es de atracción de feria. El conductor va demasiado deprisa, se mete en los raíles del tranvía, pita a los peatones y habla por el móvil de vez en cuando. Vamos sentados en asientos colocados a una altura mayor de lo normal, porque están encima de la rueda. Casi no me llegan los pies al suelo.
La carretera a Listvyanka está en unas condiciones penosas. Están construyendo una nueva y de corazón espero que esté terminada para cuando vayas tú. Hay unos bultos en el asfalto que nos hacen saltar cada dos por tres y tener la misma sensación en el estómago que al bajar una cuesta en una montaña rusa. Yo creo que las montañas rusas no se llaman así por las montañas, sino por las carreteras.
Tenemos cinturón de seguridad (no siempre hay) pero, aun así, el culo se despega del asiento cada vez que saltamos. R dice que es como montarse en una atracción. Yo le digo que sí, solo que esto conlleva un mayor riesgo de accidente. Se calla. Empiezo a marearme y agradezco que tardamos poco en llegar, porque las náuseas estaban a punto de hacerme pasar un mal rato. El trayecto de vuelta es igual de desagradable que el de ida, pero esta furgoneta ni siquiera tiene cinturones de seguridad, lo que le da más emoción al asunto.
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