Una de las cosas que tengo claras sobre Rusia es que no es un país para recorrer en coche, al menos no con la misma tranquilidad y confianza que en otros lugares. He llegado a esa conclusión después de mis estancias en ciudades rusas tan distantes (y distintas) como San Petersburgo, Moscú, Sochi o Yakutsk, además de mi reciente viaje por el este de Siberia.
El estado de las carreteras deja mucho que desear y los rusos al volante son un auténtico peligro. Los cinturones de seguridad brillan por su ausencia, al igual que las motos o las bicis. Los socavones y baches son gigantescos y los accidentes no es que sean frecuentes, sino constantes. No hay más que buscar cualquier destino ruso en el mapa de Google y poner el hombrecillo amarillo en alguna carretera para ver coches accidentados y conductores discutiendo o llegando a un acuerdo (lo de llamar a la policía no se lleva mucho por estos lares, porque la palabra «policía» conlleva, en muchos casos, un soborno). Por si fuera poco, en el este de Siberia muchos vehículos son japoneses y llevan el volante a la derecha.
A continuación, comparto un par de anécdotas viales de nuestro viaje por Siberia:
Chitá
No hay un solo paso de peatones de la estación de trenes hasta la plaza de Lenin, que parece ser el único lugar de la ciudad que los tiene. Aquí hay que cruzar con confianza, porque los conductores están locos y hay muchísimo tráfico. Tenemos que cruzar un cruce de cuatro calles sin semáforo ni paso de cebra y los dos primeros intentos resultan fallidos. Al poco se nos une una mujer y le digo a R que lo mejor es que nos pongamos a la izquierda de la mujer y crucemos un par de segundos después que ella, para así no ser los primeros en ser atropellados en caso de accidente.
Ya en la plaza Lenin el semáforo está en rojo para los coches y la estampa ahora mismo es esta:
Hay coches aparcados en doble fila (veo a algunos hombres echándose una siestita), un señor con el capó abierto intentando arreglar algo, un tractor, una furgoneta con la puerta abierta por la que se asoma un hombre a que le dé el fresco y otro hombre que cruza media calle y se pone a hablar con un conductor que espera la luz verde del semáforo.
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Ulán-Udé
Mira que nos sorprendió el tráfico de Chitá, pero el de Ulán-Udé es todavía peor. Nunca estás seguro de si los coches van a parar cuando cruces, sobre todo en sitios donde no hay ni semáforos ni pasos de peatones. En el cruce de la plaza Sovietov con la calle de Lenin algunos coches se quedan atrapados en medio del tráfico (aquí no hay cuadrícula ni nada, por supuesto) y otros los rodean, se adelantan y taponan los cruces… El caos es increíble.
Nos montamos en una marshrutka (furgoneta con ruta establecida) para ir al templo budista. No sé a qué velocidad va el conductor, pero seguro que a más de la permitida. Veo a conductores fumando, hablando por el móvil y sin cinturón. Todo a la vez. Incluso vemos un 4 x 4 yendo por los raíles del tranvía cuando viene un tranvía de frente a pocos metros y lo esquiva de milagro en el último segundo.
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Irkutsk
Acabamos de cruzar la calle y un coche se pone a pitar. Me doy la vuelta y veo que aún hay un chico cruzando la calle y el coche le pita para que se dé prisa. El chico no puede ir más deprisa; se ve a leguas que tiene un problema físico en el lado izquierdo que le hace cojear. El coche pita, aunque al chico le quedan apenas dos o tres metros para llegar a la acera. No me lo puedo creer: conductores pitando a una persona con una minusvalía física en un paso de peatones. Me hierve la sangre y solo pienso en improperios en español que termino tragándome.
Damos un paseo por el centro en busca de las típicas casas de madera y en un cruce una señora mayor se me agarra del brazo y me pide amablemente que le ayude a cruzar la calle. Dice que tiene miedo de caerse en los raíles del tranvía y no me extraña, porque el asfalto está todo roto y hay unos agujeros tan grandes que no sé cómo los tranvías no descarrilan. La amabilidad casi excesiva con que la señora me habla me hace pensar que no es mucha la gente que le ayuda.
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Irkutsk-Listvyanka
Nos levantamos temprano y vamos al mercado central a coger el minibús para ir al lago Baikal. El trayecto dura una hora y es de atracción de feria. El conductor va demasiado deprisa, se mete en los raíles del tranvía, pita a los peatones y habla por el móvil de vez en cuando. Vamos sentados en asientos colocados a una altura mayor de lo normal, porque están encima de la rueda. Casi no me llegan los pies al suelo.
La carretera a Listvyanka está en unas condiciones penosas. Están construyendo una nueva y de corazón espero que esté terminada para cuando vayas tú. Hay unos bultos en el asfalto que nos hacen saltar cada dos por tres y tener la misma sensación en el estómago que al bajar una cuesta en una montaña rusa. Yo creo que las montañas rusas no se llaman así por las montañas, sino por las carreteras.
Tenemos cinturón de seguridad (no siempre hay) pero, aun así, el culo se despega del asiento cada vez que saltamos. R dice que es como montarse en una atracción. Yo le digo que sí, solo que esto conlleva un mayor riesgo de accidente. Se calla. Empiezo a marearme y agradezco que tardamos poco en llegar, porque las náuseas estaban a punto de hacerme pasar un mal rato. El trayecto de vuelta es igual de desagradable que el de ida, pero esta furgoneta ni siquiera tiene cinturones de seguridad, lo que le da más emoción al asunto.
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Irene Corchado Resmella
Traductora jurada y jurídica de inglés (ICR Translations) especializada en derecho de sucesiones de Inglaterra y Gales, España y Escocia. Autónoma. Residente en el Reino Unido desde 2011 (Edimburgo < Oxford < Londres < St Albans). Casada con escocés. En Instagram: @curiolancer.