Siberia en tren: impresiones y anécdotas

Siberia en tren: impresiones y anécdotas

Siberia en tren: impresiones y anécdotas

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Tras visitar la remota Yakutsk, aterrizamos en Vladivostok para dar comienzo a la segunda parte de nuestra aventura rusa: cruzar el este de Siberia en tren. Elegimos viajar de este a oeste y cubrir un tramo de casi 4000 kilómetros, dividido en cuatro trayectos. Dejo los aspectos prácticos para otro artículo y hoy comparto impresiones y anécdotas.

Trayecto 1: de Vladivostok a Jabárovsk (13 horas)

afueras de vladivostok, transiberiano, rusia

Hoy comienza nuestra aventura transiberiana y estoy algo nerviosa. Esperamos la salida del tren con emoción y tengo curiosidad por ver quiénes serán nuestros compañeros de compartimento, pero no se une nadie en las primeras cinco horas. Nos espera un trayecto de 13 horas y más de 30 paradas hasta Jabárovsk.

Durante una parada corta en una estación pequeña veo a dos hombres con bolsos deportivos esperando su tren. Fuman y miran alrededor un par de veces. Son las dos únicas personas en el andén. A los pocos minutos se acerca otro hombre y uno de ellos le pregunta algo. Le cambia la expresión de la cara y avisa enseguida a su compañero de que el tren que espera en el andén, en el que vamos nosotros, es el que deben coger. Acto seguido el tren echa a andar. Los hombres cogen los bolsos y se ponen a cruzar las vías, pero el tren no para y vuelven al andén. Acaban de perder el tren de una forma muy tonta y me dan pena, porque seguramente el siguiente no pase hasta mañana.

Poco antes de irnos a la cama llegamos a la estación de Спасск-Дальний (Spask-Dalniy), donde se suben una señora simpática de pelo corto con un montón de bolsos y su hija Sonia, de unos nueve años, que nos mira con cierto recelo. Van a un sitio que se llama Tumnin, a dos días de viaje. La señora llama a su hermana por teléfono para avisar de que ya han cogido el tren y le pregunta qué tal está el tiempo en Tumnin. Bajo el asiento han colocado un bolso enorme con comida del que sacan una fiambrera llena de minibocadillos que huelen bien. Hace bastante calor y en este compartimento no hay aire acondicionado, por lo que abrimos la ventana, pero Sonia tiene frío y la cierra más tarde. Yo pensaba que los españoles aguantamos bien en sitios calurosos, pero lo de los rusos llega a otro nivel. Parecen estar a gusto en sitios poco ventilados. La primera noche en el tren no ha estado mal y solo me despierto una vez. Antes de las siete de la mañana llegamos a Jabárovsk.

Lee el diario de viaje de Jabárovsk

Trayecto 2: de Jabárovsk a Chitá (36 horas)

estacion de jabarovsk, transiberiano, rusia

El tren sale de Jabárovsk el sábado a mediodía y llegará a Chitá el lunes por la mañana. Nos esperan 36 horas seguidas en el tren y dos noches, así que llevamos bastantes provisiones para pasar el rato.

Se supone que está prohibido fumar en la estación y en los andenes, pero la gente fuma igual, aunque a pocos metros haya un montón de trenes con depósitos de gasolina y otras sustancias inflamables. Típico de Rusia.

En nuestro compartimento hay un chico pelirrojo tímido y un hombre de unos sesenta años que huele mucho a tabaco. Pregunta si soy americana, si estamos de viaje y ayuda (o mejor, enseña) a R a hacer bien la cama. Ha cogido el tren en Vladivostok y va a Belogorsk (a unas 24 horas de viaje), donde está ahora su mujer visitando a su madre en el hospital. Ha comprado más de un kilo de azúcar para el trayecto y trae un estuchito de tela donde guarda cubiertos de los buenos. Dice que en el tren hay poco que hacer. Uno come, duerme, vuelve a comer y vuelve a dormir. Y ya está. Bromea sobre los osos y nos pregunta cómo es posible que no hayamos visto ninguno hasta ahora en el país de los osos. Le cuento más o menos nuestros planes de viaje y dice que es muy pronto para ir al lago Baikal, que el agua no está para bañarse hasta finales de agosto. «Bueno, pues iremos a mirar», le digo.

Al rato empezamos a ir en paralelo a la carretera que va de Vladivostok a Moscú y el hombre cuenta que Putin hizo el mismo trayecto que nosotros estamos haciendo, pero en coche él solo. Me extraña sobremanera que Putin vaya solo a ningún sitio, pero no le digo nada para no estropearle la historia. Bebe Buratino, que parece zumo. La marca me suena de algo, pero no me acuerdo de qué y miro la botella tan fijamente que el hombre se ríe y dice que es una bebida para niños y que Buratino es cómo los rusos llaman a Pinocho.

He notado que en este tren van muchos soldados y le pregunto si sabe a dónde van. «Van a casa, porque han terminado el servicio militar. Pasan un año donde les toque y luego vuelven a casa». Cuenta que antes la mili duraba dos años, e incluso más. Su hermano pasó tres años en la marina y estuvo en Kamchatka, en los países bálticos, en Polonia, Vietnam y la India. Luego la mili dejó de ser obligatoria, pero hace unos años se ha vuelto a instaurar y dura un año, algo que a la gente en general le parece bien, según él.

«Antes, el que no hacía la mili era considerado un inútil. La mili te hace más fuerte, más hombre».

Me sale una sonrisa sarcástica.

«¿Te parece gracioso?», pregunta. Le digo que sí, que a mí sí me parece gracioso.

Nos ofrece de todo: café, azúcar, bollos… Insiste tanto que al final R y yo compartimos un bollo. Cuando a las dos horas decidimos cenar algo y ve nuestros tenedores de plástico nos dice que esos son una birria, que parecen de juguete y saca su tenedor bueno.

El hombre es majo, pero roza lo demasiado insistente y al cabo de seis o siete horas de viaje puede llegar a cansar. R tiene la excusa de no hablar el idioma y lo ignora. Ya va por el tercer capítulo de Mr Robot. Yo me doy hasta las nueve para ponerme una película y luego a dormir. Para cuando me despierto el hombre ya se ha marchado.

 

Segundo día en el tren Jabárovsk-Chitá

jabarovsk-chita, transiberiano, rusia

He dormido unas once horas. No recuerdo cuándo fue la última vez que dormí tanto. El hombre se ha bajado durante la noche y también el chico, aunque tardo en darme cuenta, porque su cama la ocupa otro chico que se levanta bastante tarde.

Este tren es algo mejor que el que cogimos para ir de Vladivostok a Jabárovsk. Aquí hay aire acondicionado (aunque la ventana no se abre), nos dan alpargatas, una comida que llegará esta tarde y prensa. Echo un vistazo a la selección. Hay una revista dedicada exclusivamente al ajedrez y tres periódicos. De ellos solo conozco Argumenty y Fakty, que utilizábamos a veces en clase de ruso para ejercicios de comprensión lectora y debatir los artículos de opinión. También está Rossiskaya Gazeta (versión semanal) y Komsomolskaya Pravda, un diario cuya portada parece la versión rusa del Daily Mail, aunque con menos tetas. La noticia destacada en portada es «¡Caperucita Roja se casa! El elegido de la actriz es 12 años menor que ella». Ahí lo llevas. Una actriz que hizo de Caperucita Roja hace mil años se casa con un hombre más joven. Notición notición. Entre las otras no-ticias que aparecen en la portada están la programación de la televisión en la región de Vladivostok, el horóscopo, productos esenciales para mantener una piel joven (ilustrado con una rubia sosteniendo una jarra de cerveza y con un prominente escote) y, quizá lo más interesante de leer: «Por qué Estados Unidos ha empezado una guerra mundial del gas enmascarada como ‘lucha antiterrorista’».

Hasta ahora el trayecto está siendo menos interesante que el anterior. Cuanto más nos alejamos de Jabárovsk, menos hay que ver por la ventana. Las paradas cada vez son menos frecuentes y solo hay taiga, cada vez más densa. No se ve nada más que árboles y más árboles en sucesión continua. De vez en cuando hay algún claro y cruzamos un puente metálico, pero poco más. Los pueblos son escasos y a bastantes kilómetros unos de otros.

Paramos en Skovorodino, que marca de forma aproximada el punto medio del viaje en tren de Vladivostok a Irkutsk. A muchos kilómetros al norte está Yakutsk, el primer destino que visitamos y que dejamos hace apenas una semana, aunque ahora nos parece que estuvimos allí hace mucho tiempo.

En los pueblos que pasamos el único movimiento que observamos es el de las pocas personas que esperan o trabajan en la estación. Algunas estaciones están rodeadas de bloques de pisos, no muchos, y un puñado de casas de madera destartaladas con porches medio caídos construidas sin organización ni orden aparente. No se ven calles asfaltadas, sino caminos de tierra y postes de electricidad y teléfono torcidos en posiciones extrañas cuales borrachos que mantienen el equilibrio a duras penas.

La mayoría de los soldados que ayer se subieron al tren en Jabárovsk son bajos, de piel muy oscura, cara redonda y ojos rasgados. Después de lo que me dijo el hombre y saber que vuelven a casa deduzco que son buriatos y probablemente ninguno se baje antes de Chitá.

Lee el diario de viaje de Chitá

Trayecto 3: de Chitá a Ulán-Udé (9 horas de viaje)

chita-ulan-ude, transiberiano, rusia

Las supervisoras de nuestro vagón son dos chicas muy jóvenes con cara asustada y poca maña. Parecen nuevas y me pregunto por qué las habrán puesto juntas en lugar de asignarles un compañero con experiencia a cada una. Seguramente porque nadie quiere enseñar al nuevo. Nuestros billetes electrónicos parecen desconcertarlas bastante y creo que la lían, porque pasan varias veces por los compartimentos contando viajeros y no les salen las cuentas. Las acompaña un hombre mayor con pinta de responsable de algo y cara de cabreo mayor.

Salimos de Chitá después de anochecer y tenemos bastante suerte con los compañeros: una mujer rubia centrada en su teléfono y un hombre buriato con bigote, los dos con pocas ganas de hablar y tantas ganas de dormir como nosotros. Por la ventana veo las afueras de la ciudad y un río. La luz del tren ilumina un poco la orilla y de pronto distingo a un hombre semidesnudo que se mete en el río a bañarse prácticamente a oscuras. No se ven casas cerca y me preguntó de dónde habrá salido este hombre solo que viene a bañarse al río de noche en un descampado a las afueras de Chitá.

El compartimento tiene aire acondicionado, que es de agradecer, y pasamos una noche tranquila. Me despierto casi una hora antes de nuestra parada y el paisaje se vuelve más interesante cuanto más nos acercamos a Ulán-Udé. Hay llanuras y montañas oscuras con niebla y bastantes pueblos, todos vallados y con casitas de madera con huerto. Las calles son de tierra y la gente apila leña en un lado del huerto. En algunos patios hay coches calcinados. Supongo que no sabrán qué hacer con ellos. También veo cementerios pequeños sin muros, con verjas metálicas bajas que dejan ver las tumbas desde cualquier sitio.

Lee el diario de viaje de Ulán-Udé

Trayecto 4: de Ulán-Udé a Irkutsk (6 horas y media de viaje)

ulan-ude-irkustsk, transiberiano, rusia

Este será el último trayecto en tren del viaje, que haremos en tercera clase. La estación de Ulán-Udé es más cutre que las otras y no tiene cafetería ni tiendas dentro, solo kioscos. Luego descubrimos que las tiendecitas están en el andén, no dentro de la estación. Tampoco hay un panel electrónico con los horarios de los trenes, sino uno de plástico a la antigua que no menciona los andenes.

En el tren hay un montón de soldados que se bajan a fumar. La cama superior a la de R es de Vadim, un soldado de Irkutsk jovencísimo que enseguida se presenta, pero solo a R, al que da la mano. Me resulta raro (y ofensivo) que a mí no se presente, teniendo en cuenta que soy yo con la que habla, pero bueno. Luego nos pregunta de dónde somos y a dónde vamos.

A las dos horas de dejar Ulán-Udé aparece ya el lago Baikal. El agua es clara y, a pesar de lo que dijo el hombre que iba a Belogorsk, hay gente bañándose. Veo una barquita, un hombre pescando, una familia de acampada y dos señoras en bikini y con sombrero sentadas en una mesita de plástico en la orilla mientras un Lada blanco aparece a lo lejos por un camino de tierra.

El tren es el 001 Россия y, aunque vamos en tercera clase, tiene los mejores aseos que hemos visto en todos los trenes hasta ahora. Llevamos casi cinco horas de viaje y no ha parado ni una sola vez, lo que resulta gracioso después de las 33 paradas del trayecto de Vladivostok a Jabárovsk. Vamos en el vagón 13, en el que solo hay soldados que comen en abundancia fideos instantáneos, salchicha y embutidos varios. Hace bastante calor y casi todos llevan pantalón corto y camiseta de tirantes. Algunos beben té y se oye el tintineo de las cucharillas y las placas identificativas que llevan al cuello.

Cada pocos minutos veo un sitio perfecto para extender la toalla y darme un bañito. ¡Quién pudiera bajarse del tren a darse un chapuzón! Veo alguna que otra casita en la orilla y noto que todo tiene mejor aspecto. En algunos patios hay gallinas y los huertos son más grandes y están más cuidados. Este es, sin duda, el trayecto más interesante en cuanto a paisaje se refiere, y me alegro de poder hacerlo durante el día.

Lee el diario de viaje de Irkutsk

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Irene Corchado Resmella

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Traductora jurada y jurídica de inglés (ICR Translations) especializada en derecho de sucesiones de Inglaterra y Gales, España y Escocia. Autónoma. Residente en el Reino Unido desde 2011 (Edimburgo < Oxford < Londres < St Albans). Casada con escocés. En Instagram: @curiolancer.

Diario de Siberia VI: Chitá

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Después de leer la poca información que he encontrado sobre Chitá, no tengo expectativas demasiado prometedoras, lo que está bien. No hay nada peor que crear demasiadas expectativas para luego llegar a un sitio y pensar «Bah, pues no es para tanto» (sí, Estocolmo, me refiero a ti).

Tras pasar 36 horas seguidas en el tren viajando hacia el oeste desde Jabárovsk llegamos a Chitá, probablemente el lugar menos turístico de todos los que visitemos. Solo tenemos unas once horas para verla, así que, en cuanto bajamos del tren dejamos las mochilas grandes en la consigna o камера хранения («kámera jranéniya»), un término que te será muy útil conocer si vas a viajar en tren por Rusia.

Chitá tiene la que seguramente sea la mejor salida de estación hasta ahora y nos recibe con una bonita estampa de una iglesia ortodoxa azul con cúpulas doradas. Se nota que esta no es precisamente una parada habitual de los viajeros extranjeros, porque no vemos a ninguno y despertamos cierta curiosidad en los locales, que nos miran, de reojo algunos y otros de forma descarada. Estamos cansados y hasta que lleguemos a Ulán-Udé mañana no nos daremos una ducha en condiciones, así que muy buenas pintas no llevamos, la verdad.

Cruzamos el aparcamiento de la estación y ponemos rumbo al centro buscando un sitio para desayunar, lavarnos y cambiarnos de ropa. En el transcurso de cinco minutos casi nos atropellan dos veces. No hay ni un solo paso de cebra ni semáforo para peatones (a excepción de la plaza de Lenin) y los coches van a toda leche. Cruzar la calle es jugar una lotería de la vida y la gente se tira a la carretera con confianza, esperando a que los coches paren. Da bastante miedo el asunto (lee el artículo de anécdotas sobre los rusos al volante).

plaza de la estacion de Chita, Rusia

Entramos en una cafetería subterránea que se llama Uchkuduk. El olor a fritanga llega hasta la puerta y, aunque el local está prácticamente vacío, hay al menos cinco empleados. Esto es algo que ya hemos visto en muchos otros sitios y me imagino cómo de bajos tienen que ser los sueldos para tener a varios empleados de sobra sin hacer nada.

No sé si será el cansancio o qué, pero me estreso bastante a la hora de pedir. El menú es enorme, tengo mucha hambre y todo lo que veo son cosas más de comida que de desayuno, así que, después de estar un buen rato ojeando el menú sin encontrar nada, voy al mostrador-caja y pregunto si tienen syrniki, las tortitas de requesón que tanto me gustan. Pido también dos cafés con leche y mientras pago veo a otro chico preparándolos: café soluble disuelto en vasos de agua caliente con un chorro de leche y azúcar. Así, sin preguntar ni nada.

Los lugares más relevantes de Chitá se encuentran en los alrededores de la plaza Lenin y la calle que lleva el mismo nombre. Por ella caminamos después del desayuno hasta la plaza de la Revolución, donde lo único destacado es un sobrio y oscuro conjunto de esculturas en honor a los soldados de esta región que lucharon en la Segunda Guerra Mundial (o Gran Guerra Patria, como se conoce en Rusia). No es la única referencia bélica que vemos, ya que desde aquí se distingue la palabra «Victoria» pintada en una colina a lo lejos.

plaza de la Revolucion, Chita, Rusia

El cielo está gris y nublado y la plaza tiene un aire triste y vacío. A un lado hay un feo bloque de pisos y al otro una carretera con mucho tráfico y una valla alta de madera. La imagen curiosa la pone un trenecito para niños que da vueltas por la plaza. Es de la empresa nacional rusa de ferrocarriles y solo van montados un niño y su madre. El conductor es el que parece disfrutar más del paseo, aunque se le ve con ganas de pisar el acelerador.

La calle Lenin está repleta de gente y enseguida me doy cuenta de que aquí también está extendida la moda de llevar sandalias con calcetines. Varias señoras mayores venden fruta con muy buen aspecto y me acerco a leer de dónde son esas cerezas tan gordas y brillantes: Uzbekistán. Además de joyerías, veo muchos carteles que anuncian ropa de invierno y abrigos de piel.

Para no ver el mismo tipo de monumentos en todas las ciudades a las que vamos, nos hemos abstenido de visitar museos militares (excepto el submarino S-56 de Vladivostok), porque Chitá tiene uno bien grande y menos lugares de interés que otros sitios. El Centro de la Educación Bélica-Patriótica Дом офицеров Забайкальского края, que tiene biblioteca y teatro, se ubica también en la calle Lenin, pero al otro lado de la plaza. Según mis apuntes abre todos los días, pero cuando llegamos está cerrado. Cierra lunes y martes. ¡Vaya por Dios!

Rodeamos el edificio y vamos a ver el parque Odora, que se ubica detrás. El parque es de tierra y alberga un recinto con atracciones de feria, como una noria añeja de la que no me fiaría un pelo y una minimontaña rusa de esas para menores de 12 años, donde se montan diez adultos a la vez y dan grititos como niños. Se ve que les han dejado subir porque, en el fondo, tienen espíritu infantil. En la zona más cercana al museo hay una colección de tanques protegidos con cadenas. A mi entender, las cadenas significan que no debes acercarte a tocar lo que protegen, pero esto es Rusia. Varios padres hacen caso omiso y la saltan para sentar encima de los tanques a sus niños y hacerles fotos.

museo militar en Chita, Rusia

Tras comer en una pizzería cercana donde, para variar, traen mi comida diez minutos después que la de R, nos sentamos en la plaza de Lenin a descansar un rato los pies y ver la gente pasar. Enfrente de la estatua de Lenin hay un área elevada que parece un antiguo escenario o pedestal medio roto, lleno de palomas. Un perro callejero juguetón las persigue sin parar durante un rato largo. Después el juego se convierte en tragedia: lleva en la boca una paloma muerta. La deja en el suelo y se sienta a descansar, como aquel que ya ha terminado los deberes.

Nos sorprende un chaparrón repentino, así que toca buscar un sitio donde refugiarse. Lo encontramos en la cafetería del hotel Аркадия, que tiene unos sofás con un estampado marrón horroroso. Pido un té tras otro, porque la lluvia no cesa. Nos tragamos dos horas de vídeos musicales de chunda-chunda y de un hombre vestido siempre de mujer que hace parodias y que con maquillaje se da algo más que un aire al humorista británico David Walliams.

Como no deja de llover, decidimos ir a cenar, aunque es temprano. Enfrente del museo bélico cerrado de la calle Lenin vemos un cartel que anuncia el restaurante Счастье («Felicidad») ¿Saldrá nuestro estómago feliz de allí? El restaurante resulta una sorpresa muy agradable: el local es bonito, la decoración cuidada, el personal amable y atento y la comida rica, así que toma nota si algún día vas a Chitá. El camarero que nos atiende es un chico joven que me da bastante conversación en ruso. Dice que él también es traductor, pero de chino.

Esta noche la pasaremos también en el tren. Cuando llegamos a la estación se me acerca un chico y me suelta un tosco «¿A dónde vas?», sin saludo ni nada. Me choca bastante y le pregunto para qué quiere saberlo. Me dice que su padre va a Ulán-Udé y no sabe muy bien si ha comprado el billete correcto ni a qué hora ni de que andén sale. Se da la vuelta y le pide a su padre el billete para enseñármelo. Hablan en chino. Nosotros vamos en el mismo tren y le confirmo que el billete es correcto, así que se queda tranquilo.

Ya en el andén, el hijo se despide y el padre nos busca con la mirada. Se acerca, me enseña de nuevo el billete y señala un vagón. Le dijo que sí, que el 10 es el suyo. Después me quedo un rato pensando en lo complicado que es moverse por el este de Siberia sin hablar ruso y siento curiosidad por este hombre chino que viaja solo.

Ahora toca subir al tren. Mañana nos despertaremos en nuevas tierras.

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Diario de Siberia V: Jabárovsk (con información práctica)

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Trece horas y más de treinta paradas después de subirnos al tren en Vladivostok llegamos a Jabárovsk. Esta será la primera parada en nuestra aventura transiberiana hacia el oeste que nos llevará hasta Irkutsk, junto al lago Baikal.

Lee nuestras impresiones sobre esta ciudad del este de Siberia, ubicada a orillas del Amur y a pocos kilómetros de la frontera con China.

estacion de Jabarovsk, Rusia

Día 1

El tren se detiene en Jabárovsk antes de las siete de la mañana. El aire es húmedo y hace bochorno. Al salir de la estación nos encontramos cara a cara con la estatua de Yaroféi Jabárov, explorador ruso que da nombre a la ciudad. No he buscado información sobre transporte público previamente, así que vamos andando al hotel. Aún es temprano y así estiramos un poco las piernas después del largo trayecto en el tren. La primera impresión de este lugar no es demasiado halagüeña, debido al aspecto gris de los edificios, al cielo encapotado y los numerosos y molestos mosquitos que no nos dejan en paz. Son pequeños, como los midges escoceses.

El bulevar Amurskiy es una de las arterias principales de Jabárovsk y se extiende desde la estación de tren de Jabárovsk I hasta el parque de Muravyev-Amur y el río. Después de solo cinco minutos tengo que parar y dejar las mochilas en el suelo, porque me duele bastante la espalda y el hombro izquierdo. El trayecto a pie hasta el hotel se me hace eterno y solo pienso en descansar un rato y darme una ducha.

El hotel está situado en medio del parque Dinamo, bajo las gradas de un antiguo estadio de fútbol algo ruinoso que también alberga una escuela de tango. Junto al estadio hay una noria siempre vacía que da bastante repelús. Cerca de la entrada del parque, a la derecha, hay atracciones de feria y en el paseo principal hay puestos de helados todavía cerrados. No se ve un alma. Me recuerda a algún artículo que he leído sobre parques de atracciones soviéticos abandonados.

La entrada al hotel es una puerta de garaje que da un patio, donde se encuentra la puerta principal que, a mi parecer, es una puerta de interior. Nuestra habitación aún no está lista, así que dejamos las mochilas y salimos a buscar un sitio donde desayunar.

Enfrente del parque descubrimos un buen local para tomar café: Мускатный Кит (más información al final del artículo). Tan buena fue la impresión que más tarde volvemos allí para comer. Las chicas son simpáticas y el baño es el más limpio que hemos visto hasta ahora. En un cartel anuncian que hacen tartas por encargo y bombones para regalar a madres y novias, como si los hombres no comieran tarta ni bombones… El café latte sabe mucho a leche y me entero de que usan la leche del 3,5 % de grasa por defecto.

Curiosidad: en Rusia no se vende leche entera, desnatada y semidesnatada, sino leche con distintos porcentajes de grasa, que normalmente va del 1,5 % al 4 %.

Decidimos bajar al río por la calle de Karl Marx, que de calle solo tiene el nombre, porque es ancha como una avenida, y dejamos el bulevar para esta tarde. Esta es la principal calle comercial y nuestra primera impresión de Jabárovsk va mejorando a cada momento. A cada lado se alinean edificios de arquitectura interesante y atractiva que desembocan en la plaza de Lenin. No hay ciudad siberiana que se precie sin una plaza de Lenin. La de Jabárovsk es enorme, pero la estatua es menos prominente que la de Yakutsk.

Tras la plaza el nombre de la calle pasa de Karl Marx pasa a Muravyev-Amurskiy, donde continúa la sucesión de edificios bonitos. Voy mirando alrededor y fijándome en los establecimientos. Al igual que Vladivostok, Jabárovsk está repleto de joyerías y algunas incluso anuncian que venden diamantes de Yakutia. Lo que me llama más la atención es que hay muchísimos centros médicos, clínicas y farmacias.

La calle desemboca en una amplia plaza repleta de palomas que revolotean junto a la catedral de la Asunción. Al fondo no hay edificios, sino escaleras que bajan al parque y al río Amur. El paseo fluvial está tan vacío como el parque; parece un muelle fantasma.

catedral de la Asuncion, Jabarovsk, Rusia

Es hora de volver al hotel, hacer el registro de entrada, darnos una buena ducha y reponer energía, que la tenemos al mínimo. Después de comer en Мускатный Кит bajamos de nuevo al río, pero esta vez por el bulevar, donde ahora hay algo más de gente y movimiento, además de la constante presencia de mosquitos. Aunque las zonas verdes están limpias, la hierba llega por encima del tobillo, lo que le da un aspecto salvaje.

Al final del parque hay una plazoleta y un parque de atracciones infantiles. Algunas son de lo más curiosas, como unos coches chocantes que flotan en una piscina y caballos con ruedas que abren y cierran las patas cuando los niños empujan unos pedales hacia abajo. Parece mentira que esta mañana no hubiera gente en la zona del río y ahora esté a rebosar de gente, principalmente parejas jóvenes muy arregladas para no ser fin de semana y familias con niños que llevan sandalias y calcetines.

Subimos a una noria con mucha mejor pinta que la que está cerca del hotel para ver la ciudad desde arriba. Bueno, para eso y para librarnos de los mosquitos diez minutos. Desde lo alto puedo ver el enorme río Amur serpentear, alguna que otra isla y barcos militares.  Parte del paseo fluvial está cerrado por obras. Los albañiles se afanan en la colocación de baldosas de colores y veo que la mayoría son de Asia Central. Jabárovsk nos ha engañado al llegar, porque aquí subida en la noria decido que es una ciudad muy agradable con edificios que dibujan una bonita línea en el horizonte y repleta de zonas verdes.

Paseamos por la orilla del río, donde cambiamos los mosquitos por unas especies de mariposas blancas muy molestas. Un cartelón enorme anuncia que está prohibido bañarse en 400 metros, pero la gente se baña en cualquier sitio, donde está prohibido también. La imagen de la gente metida en el agua con chimeneas industriales al fondo me parece curiosa, irónica y muy rusa, tanto como que frente a la zona donde se prohíbe el baño haya un modernísimo puesto de vigilancia con oficinita e incluso rampa de acceso y un apuesto socorrista acodado en la barandilla de la entrada.

Volvemos a la calle principal y entramos en el café Mona, un restaurante de comida japonesa con una cuidada decoración. Es muy temprano para cenar y no me gusta la comida japonesa, así que pido té casero de bayas y menta y me tomo mi tiempo. Estamos cansados de andar todo el día y para cenar vamos a una cervecería «alemana», más que nada porque está a la vuelta de la esquina. Aquí no para de sonar música a todo trapo, con una extraña mezcla de canciones alemanas como de orquesta de feria, yodel, la canción de Heidi y la versión de It’s raining men de Geri Haliwell, entre otros temas aleatorios muy poco alemanes.

Al salir del local nos sorprende un tremendo chaparrón y los relámpagos y truenos no tardan en llegar. Se agradece el fresquito y los mosquitos nos dan una tregua. No tenemos paraguas, así que nos ponemos los gorros de las sudaderas y andamos deprisa sorteando los charcos.

Día 2

Siguiendo la tradición culinaria de ayer, volvemos a Мускатный Кит a desayunar. Ya nos reconocen y todo. Se me van los ojos detrás de todos los dulces recién hechos, así que terminamos con cuatro dulces cada uno y café. Nuestra visita a Jabárovsk se termina al mediodía, así que decidimos tomarnos nuestro tiempo desayunando y luego pasar por un supermercado y compramos provisiones para el tren. ¡Nos espera un trayecto de 36 horas hasta Chitá!

Volvemos al hotel a preparar las mochilas y pedimos a la mujer que hoy está en recepción que llame a un taxi para llevarnos a la estación. Ni de broma puedo andar 25 minutos con las dos mochilas. Hoy no.

La mujer llama, le dicen algo y cuelga. Vuelve a llamar, pero se le estropea el móvil. Se caga en todos los muertos. Le quita la batería, se la pone. Viene una pareja a preguntar si hay habitación disponible y se va. A la señora se le ve agobiada. Ahora entra un hombre y ella le empieza a contar cosas: que está más cansada que un perro, que los otros del hotel se han ido y la han dejado sola, y más. A todo esto, han pasado más de quince minutos y nosotros seguimos esperando a que nos informe de las novedades.

Al cabo de un rato le pregunto y resulta que el taxi tiene que llamarle y ya nos dice. Mientras tanto, va a comprobar cómo han dejado la habitación los que se van ahora y oigo que le llaman por teléfono y da la dirección del hotel y un restaurante cercano como referencia. Ese debe de ser el taxista.

El taxi no es un taxi, o al menos no lo parece. Es un coche negro particular, sin cartel de taxi, ni (por supuesto) taxímetro. El hombre abre el maletero y aparta unas cajas de herramientas para que metamos las mochilas. Rezo porque sea de fiar. No sé si es taxista a tiempo completo o no, pero al final resulta buena gente. Nos pregunta de dónde somos y si trabajamos en Rusia. Le decimos que no, que estamos de viaje y que vamos en tren a Chitá. Cuando le pregunto si ha estado alguna vez en Chitá niega muy rápido con la cabeza abriendo muchos los ojos, como si le hubiera preguntado algo rarísimo. Su cara dice «¿A Chitá? ¿Tú estás chalada? ¿Para qué c*ño iba yo a querer ir a Chitá?». Por las imágenes de Google Maps y lo poco que he leído sobre Chitá, no tengo muchas expectativas de esta ciudad militar y cerrada al turismo hasta los noventa, pero dejaré que me sorprenda. Disfrutemos primero del viaje.

Lugares mencionados en un mapa
Información práctica
Algunos lugares de interés:
  • Bulevar Amurskiy
  • Plaza de Lenin
  • Calle de Karl Marx
  • Parque de Murayev-Amurskiy y río Amur
  • Parque de atracciones CKALand
  • Catedral de la Asunción
 
Sugerencia para comer: Мускатный Кит

Dirección: Карла Маркса (Karl Marx), 41
Horario de apertura: de lunes a jueves y domingos de 9:00 a 21:00; viernes y sábado de 9:00 a 22:00

Muskatniy Kit tiene dos locales. Nosotros estuvimos en el de la calle de Karl Marx, enfrente del parque Dinamo, y es un buen sitio para desayunar. Buen café y variedad de bollitos y dulces caseros. También puedes pasarte para comer algo rápido y seguir explorando la ciudad. Tienen sopas y distintos tipos de perritos calientes bastante sofisticados, con opción vegetariana.

 

Alojamiento en Jabárovsk

Dónde nos alojamos nosotros: Park Hotel*
Dirección: Ulitsa Karla Marksa 62 (en el parque Dinamo)
Puntuación en Booking.com: 8/10

Este es, probablemente, el alojamiento más original de nuestro viaje. Se trata de un minihotel ubicado bajo las gradas de un antiguo estadio de fútbol. Las habitaciones son tipo dúplex; arriba hay una cama doble y televisión, con el techo escalonado por las gradas, mientras que abajo hay una zona con mesa, sillas, microondas y frigorífico, además de baño privado. En el pasillo hay lavadora, plancha y tabla de planchar disponibles. La ubicación es muy pintoresca, en medio de un parque prácticamente vacío.

Distancias: 20 minutos a pie desde la estación de tren y unos 35-40 minutos del parque de Murayev-Amurskiy y el paseo fluvial.

Desde el hotel llaman a taxis sin problema. El trayecto a la estación nos costó unos 200 rublos (menos de 3 €).

Ver más alojamiento en Jabárovsk*

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Irene Corchado Resmella

Irene Corchado Resmella

Traductora jurada y jurídica de inglés (ICR Translations) especializada en derecho de sucesiones de Inglaterra y Gales, España y Escocia. Autónoma. Residente en el Reino Unido desde 2011 (Edimburgo < Oxford < Londres < St Albans). Casada con escocés. En Instagram: @curiolancer.

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